Yo sufro por las turbas obscuras y dormidas
que ignoran tu presencia, Señor, sobre la tierra
por las gentes que pasan por diversos caminos
sin haber visto nunca de tus pasos las huellas.
¡Ha de ser tan amargo caminar por la vida
con el alma cansada de las cosas inciertas,
sin tener la esperanza y el divino consuelo
de que escuches, piadoso, nuestras hondas tristezas!
Tu que todo lo puedes, has que encuentren, Dios mío,
tu inefable presencia que conforta y alienta
en los campos tranquilos, en las aguas que cantan
en las aves, los mares, y las estrellas.
En las brisas que besan, en las opimas mieses,
en los frutos fecundos de las prodigas huertas,
en los lagos dormidos, en las cumbres nevadas,
en las rosas de fuego y en los lirios de cera…
¡Se clemente, Dios mío! ¡Míralos como sufren!
¡Ten piedad de sus penas, de su llanto que quema!
Acaricia sus frentes pensativas y mustias,
taciturnas y tristes, con tus manos de ceda.
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