sábado, 2 de enero de 2010

Parabola Del Hijo Prodigo...


En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y el empezó a padecer necesidades. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ¡Cuántos trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores.

Enseguida se puso en camino a casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo’.

Pero el padre les dijo a sus criados ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó que pasaba. Este le contestó: “Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo”. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero el replicó: ¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus vienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo.

El padre repuso: Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado.

*El gran personaje de la parábola del hijo pródigo es, sin la menor duda, el padre que espera al hijo. Gracias a esta parábola que nos contó Cristo, que es el único que puede decirnos cómo es el Padre celestial, ya sabemos ahora:

Que siempre podemos regresar, por lejos que nos hayamos ido, como el hijo prodigo; que no hay culpa, por grande que sea, que no pueda ser perdonada; que no hay fracaso que no pueda ser rehabilitado; que el Padre puede reconstruir nuestro interior, culpablemente convertido en ruinas; que nuestro Padre nos espera siempre en el camino, con unas sandalias nuevas y un anillo; que el hombre más alejado, más hundido y más culpable, Dios lo está aguardando siempre con todo su amor; que volver no es una vergüenza, sino una fiesta; que, a imitación de nuestro Padre celestial, no debemos serrarle nunca las puertas al derrotado y culpable.

El siempre nos está esperando, porque es un Padre de amor, de perdón, ¿Que esperamos para correr a su lado? ¿Por qué no le buscamos?.

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